viernes, 3 de agosto de 2012

CAPÍTULO 8.


Consejero real

8 1¿Quién como el sabio?, ¿quién sabe interpretar un asunto? La sabiduría serena el rostro del hombre cambiándole la dureza del semblante. 2yo digo: cumple el mandato del rey, pues juraste ante Dios; 3no te turbes ante él, pero cede; no resistas a su amenaza, porque puede cumplirla. 4La palabra del rey es soberana, ¿quién le pedirá cuentas de lo que hace? 5El que cumple sus mandatos no sufrirá nada malo.
6El sabio atina con el momento y el método, pues cada asunto tiene su momento y su método. El hombre está expuesto a muchos males, 7porque no sabe lo que va a suceder y nadie le informa de lo que va a pasar. 8El hombre no es dueño de su vida ni puede encarcelar su aliento; no es dueño del día de la muerte ni puede librarse de la guerra. Ni la maldad librará a su dueño. 9Todo esto lo he observado fijándome en todo lo que sucede bajo el sol, mientras un hombre domina a otro para su mal.

Retribución

10También he observado esto: sepultan a los malvados, los llevan a lugar sagrado, y la gente marcha alabándolos por lo que hicieron en la ciudad. 11Y ésta es otra vanidad: que la sentencia dictada contra un crimen no se ejecuta enseguida; por eso los hombres se dedican a obrar mal, 12porque el pecador obra cien veces mal y tienen paciencia con él. Ya sé yo eso: «Le irá bien al que teme a Dios, porque lo teme», 13y aquello: «No le irá bien al malvado, el que no teme a Dios será como sombra, no tendrá larga vida». 14Pero en la tierra sucede otra vanidad: hay honrados a quienes toca la suerte de los malvados, mientras que a los malvados les toca la suerte de los honrados. Y esto lo considero vanidad. 15Yo alabo la alegría, porque el único bien del hombre es comer y beber y alegrarse; eso le quedará de sus trabajos durante los días de su vida que Dios le conceda vivir bajo el sol.

El destino humano

16Me dediqué a obtener sabiduría observando todas las tareas que se realizan en la tierra: los ojos del hombre no conocen el sueño ni de día ni de noche. 17Después observé todas las obras de Dios: el hombre no puede averiguar lo que se hace bajo el sol. Por más que el hombre se fatigue buscando, no lo averiguará; y aunque el sabio pretenda saberlo, no lo averiguará.


8,1-9 Un sabio, consejero de un rey: véanse Prov 16,14; 19,12; 20,2; 25,3. Es un rey a quien se presta juramento de lealtad por Dios (2), que tiene poderes casi divinos (cfr. Sal 135,60), autoridad absoluta (cfr. Job 9,12). Ben Sira considera privilegio del sabio ser consejero real (Eclo 39,4); Qohelet duda.
El sabio aconseja, pero no decide ni ejecuta. El poder del rey puede ser fatal (9). Al sabio le queda la capacidad de discernir el momento oportuno: cuándo intervenir, cuándo ceder, cuándo obedecer. Sólo que ambos están sujetos: al límite inevitable y al plazo imprevisible de la muerte, a la ignorancia del futuro.

8,1 Véanse Eclo 13,25 y 19,29. El "rostro propio" o el del rey.

8,2 Véase Sab 6,3.

8,3 La dificultad del verso consiste en cortar bien sus piezas. En cualquier alternativa de traducción se aconseja tacto y respeto frente al rey: difícil ser consejero de tales reyes cuando hay que obedecer y callar para salvar la vida y el puesto.

8,4 Sab 12,12.

8,5-6 Recoge la doctrina de 3,1-8 aplicada a la situación.

8,6-7 Véase 3,22.

8,8 Afirmación general desarrollada en cuatro enunciados. Encarcelar el aliento es conservarlo, no dejarlo salir, lo cual sería morir, expirar.

8,9 Sin embargo, aunque el hombre no es dueño de su vida, otro hombre puede adueñarse de él. La última frase es de una ambigüedad inquietante: "para su mal", ¿de quién?, ¿del dominador?, ¿del dominado?, ¿o simplemente del hombre en cuanto tal? Qohelet parece indicar que el poder absoluto
es una desgracia para el hombre.

8,10-14 Objeciones contra la doctrina de la retribución tomadas de la experiencia: el principio de la retribución no es universal y sufre muchas excepciones (14), si se apela a una retribución diferida, la dilación invita a la maldad (11).

8,10 Creo que "lugar sagrado"; se refiere al cementerio (camposanto). Después de haber oprimido a los súbditos, los poderosos mueren y les dedican elogios fúnebres. Recuérdese Le 22 25 .

8,11 No se trata de un acto ocasional, sino de una actitud, de una entrega al mal. Lo cual implica que sólo el castigo refrena al hombre.

8,12-13 Dos sentencias simétricas, correlativas tradicionales. Vease 7,15; Jr 15,15. 8,13 ls 3,10s.

8,14 No se puede planear la propia vida puramente en términos de retribución. Qohelet no invita al mal, constata su realidad. Al mismo tiempo disuade de una ética calculadora.

8,15 Recomienda, en cambio, el disfrute sencillo, proporcional al propio trabajo y no a una contabilidad de buenas obras.

8,16-17 Acciones del hombre sobre la tierra, acciones de Dios bajo el sol. ¿Se distinguen o se identifican? Si las distinguimos, tenemos los dos temas dominantes del libro: acción y contemplación. Por una parte, el hombre activo, que pierde el sueño por sus empresas; por otro lado, el hombre reflexivo, que desea comprender el plan y la acción de Dios. Ambos fracasan, cada uno a su modo: el primero porque se niega el disfrute y el descanso, el segundo porque no conseguirá su propósito. 

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