En el momento
en que experiencia y reflexión se constituyen en fuente de conocimiento y
enseñanza, se siembra la semilla de la crítica. Esto sucedió en Israel bajo la
palabra de los profetas (Is 29,14; Jr 8,9), que era crítica desde fuera. Pero
sucedió dentro, en el seno de esa venerable tradición. Qohelet y Job son los
dos exponentes máximos de esa crítica interior al ejercicio de la sabiduría, son
dos momentos de un proceso dialéctico.
Qohelet se ha
formado en una escuela y tradición sapienciales.
Conoce las
enseñanzas tradicionales. Cita proverbios viejos o fabrica otros semejantes,
que le pueden acreditar el título de maestro. No por ellos ha conseguido fama
imperecedera, sino por su anticonformismo consecuente y honrado.
Paradójicamente, Qohelet, que niega la supervivencia del nombre, tiene fama
inmortal.
En la mente
tormentosa del autor la sabiduría entra en conflicto consigo misma. Y esto de
modo entrañable, apasionado, si pudiéramos hablar de pasión fría. Rebelde sin
violencia, contestador sin arrogancia.
Qohelet quiere
comprender el sentido de la vida, da vueltas en torno a ella -como el viento de
1,6- Y se estrella siempre en el muro de la muerte. En algunos momentos le parece
que la muerte aniquila por adelantado todos los valores de la vida, y comenta con ironía amarga, desoladamente,
"los vivos saben ... que han de morir, los muertos no saben nada"; otras
veces, con más lucidez, comprende que la muerte relativiza simplemente los valores de la vida. Es un límite infranqueable llegado
el momento, presente siempre a la conciencia.
Pero la muerte
exige, impone, el aprovechamiento del tiempo no para realizar obras inmortales,
que, si sobreviven al autor, de nada le aprovechan muerto, sino para acertar
con el ritmo menudo de la tarea y el disfrute cotidianos.
En la vida
humana también contempla injusticias y opresiones, que le llevan a sus conclusiones
más desoladas. Ha visto el poder absoluto establecido "para mal del hombre" y él no hace absolutas sus
palabras.
Qohelet observa
la vida en torno, después se levanta a reflexionar sobre ella y luego se
levanta a reflexionar sobre su reflexión, y en cada piso llega al desengaño.
Escribe un libro brevísimo, y aun
del valor de sus palabras no está seguro: "Cuantas más palabras, más vanidad".
¿Hay autor menos dogmático en el AT que este enigmático Eclesiastés? En él, la
sabiduría se apea, llega al borde del fracaso; así encuentra su límite y se
salva. Y de ahí brota algo impresionante. A caballo entre el siglo IV y 111
antes de Cristo (probablemente) un escritor crea un estilo nuevo, inconfundible
e inolvidable.
Imposible averiguar
cómo compuso el autor su obra. Puestos a ilustrar su aspecto, escogeríamos el
modelo de un diario de reflexiones. Tienen algo de líricas estas breves páginas;
un lirismo que se
intensifica en algunos momentos. La prosa es muy rítmica rozando muchas veces
con el verso, hasta hacerse indistinguible de él. Se repiten palabras frases y
expresiones a la letra o con variaciones; retornan a modo de leitmotiv. Brotan frases sentenciosas en semejanza y en oposición.
Se cita un proverbio y se comenta asintiendo o ironizando.
El libro ha
influido directa o indirectamente en toda una literatura "de contemptu
mundi".
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